La naturaleza nunca deja de sorprendernos. Desde lo más pequeño hasta lo más grande. Y es que cuando se contempla una enorme encina centenaria como la de la foto cuesta creer que se ha desarrollado a partir de una pequeña bellota.
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Pero más sorprendente es aún pensar que lo que vemos puede ser solo una pequeña parte del árbol, ya que el resto está bajo tierra. Pero es así: la masa de la raíz puede llegar a quintuplicar la del tronco, ramas y hojas juntas.
La superficie por la que se extienden las raíces bajo el suelo es muy superior a la que abarca la proyección de la copa del árbol
Esto es así porque los árboles del género Quercus (alcornoques, encinas, quejigos, robles) basan su estrategia de crecimiento y resistencia a la sequía en el desarrollo de enormes y profundas raíces, entre las que destaca la principal. Son como una barrena que percibe la humedad y excava dirigiéndose a ella. Por eso puede incluso alcanzar el nivel freático.
Transporta el agua hacia el resto de las partes del árbol, pero también a otras partes del subsuelo, donde hay menos humedad, beneficiando a otras plantas
Nuestros antepasados talaron una y otra vez nuestros bosques de Quercus, pero éstos rebrotaban también una y otra vez gracias precisamente a la pervivencia de sus poderosas raíces.
Desgraciadamente, esta enorme fuerza de la naturaleza no es invulnerable. En las últimas décadas, un hongo llegado de Asia (Phytophthora cinnamomi), favorecido por el cambio climático, está pudriendo las raíces de centenares de miles de encinas y alcornoques, muchos de ellos centenarios, provocando su muerte, especialmente en Andalucía y en Extremadura.