
Que los pájaros, ardillas, jabalíes… y otros se comen buena parte de las bellotas que sembramos es un secreto a voces. Y también un problema para los que nos dedicamos a reforestar y dar biodiversidad a los bosques. Nuestro trabajo no es solo plantar un árbol o sembrar semillas. También es ponérselo difícil a los herbívoros para que no acaben comiéndose nuestro esfuerzo.

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Aquí un ejemplo de trabajo que nos llena de orgullo por sus buenos resultados: una siembra de bellotas protegidas con un protector puesto a ras de suelo y bien sujeto para que ni los animales no puedan levantarlo. Y es que, con más frecuencia de lo que nos gustaría, las bellotas son comidas por ratones, ardillas, urracas, palomas torcaces y otros animales, así que el objetivo es protegerla de ellos y que ni siquiera la encuentren.
Junto a la bellota plantamos una herbácea, en este caso albardin, que le irá proporcionando materia orgánica. Así el suelo queda sombreado y se va enriqueciendo, y eso facilita la progresión de la raíz.

Estas bellotas de siembra tienen el doble de raíz que las de vivero, aunque su tronquito y número de hojas son menores. Esto es porque la naturaleza es sabia y la planta lo primero que asegura es el acceso al agua y los nutrientes.
En vivero no hay ese problema porque tienen ambas cosas en abundancia. Por tanto estás pequeñas encinas son más resistentes a la sequía y no experimentan el estrés del trasplante.
Y aunque parezca sorprendente, el tronco encuentra el hueco entre la malla.
Por supuesto, hay que quitar el protector para que siga creciendo sin problema
