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A qué le temen nuestras reforestaciones

Proteger nuestras reforestaciones

Durante nuestros 30 años de trayectoria hemos aprendido que reforestar no es tan sencillo como plantar un árbol y esperar a que crezca, se haga adulto y dé frutos con los que reproducirse. Ojalá fuera tan sencillo, pero el tiempo nos ha enseñado a golpe de realidad que este bonito arte de trabajar por los bosques tiene «letra pequeña».

Una de las cosas que hemos constatado es esa creencia errónea de que las especies autóctonas basta plantarlas y ellas solas se las apañan para sobrevivir

Lamentablemente, no es así y explicarlo en este post es parte de nuestra labora de concienciación. La naturaleza (ni siquiera la de las especies autóctonas) no funciona así por dos razones fundamentales.

Una de ellas es que los árboles que plantamos han de tener uno o dos años de edad (en el argot, cada año es una savia). Sus raíces son muy pequeñas y no alcanzan las zonas más profundas del suelo, que acumulan más humedad.

Para ayudarles a sobrevivir al verano es preciso regarlas. Esta necesidad es aún más acuciante a medida que pasan los años, ya que el calentamiento global provoca temperaturas medias cada vez más altas y lluvias más escasas e irregulares en verano.

Voluntarios regando en verano de 2021 en Los Almorchones de Navacerrada (Comunidad de Madrid).

Esta primera razón es más conocida. La segunda pasa más desapercibida. Se trata de la herbivoría, es decir, la depredación de los árboles por el ganado y los herbívoros silvestres, como el corzo, el ciervo, el gamo o la cabra montés.

El problema surge cuando los árboles crecen por encima del protector que se instala en torno a ellos en el momento de su plantación. Este primer protector mantiene la humedad, crea un microclima más suave y evita el mordisqueo de animales pequeños, como los conejos. Al sobresalir la planta queda al alcance de los herbívoros.

Cuando los árboles y arbustos son reiteradamente mordidos, no crecen y no producen la semilla tan necesaria para continuar el proceso de la recuperación natural

Si no producen semilla esas plantas pierden su funcionalidad, ya que no podrán reproducirse. En estos casos, la única solución es instalar protecciones más altas que alejen definitivamente el diente de los animales de la yema apical, que es el extremo más alto del árbol, por donde debe seguir creciendo su tronco.

https://www.instagram.com/p/CFrG8_Cg2Ti/

Prácticamente todos los proyectos de reforestación emprendidos por Reforesta en la Comunidad de Madrid están afectados por la herbivoría. En el caso del Pinar de La Barranca (Navacerrada) un censo demostró que el 70% de los árboles y arbustos están mordidos.

Naturaleza sabia

Hay especies que gustan más a los herbívoros que otras o, lo que es lo mismo, son más palatables que otras. Por ejemplo, el fresno y las caducifolias en general gustan mucho a estos habitantes de nuestros campos y montes. Sin embargo, el acebo tiene unas hojas que se endurecen y pinchan al poco de surgir y, salvo de la cabra montés, se defiende muy bien solo.

Cabría pensar que, como las hojas de la encina o de su prima la coscoja también tienen pinchos, habrían de defenderse igualmente bien; al fin y al cabo, la naturaleza es tan sabia que para optimizar energía ha dispuesto que estas especies tengan pinchos en sus hojas inferiores precisamente para defenderse de los herbívoros. Pero, a determinada altura, donde los herbívoros no llegan, para ahorrarse un esfuerzo inútil las hojas de la encina ya no tienen pinchos. Ahora bien, cuando salen, aunque tengan pinchos son muy blanditas, una delicia para los herbívoros. Y es entonces cuando las muerden.

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Al gusto de cada especie

¿Quiénes se dan este festín? Vamos por partes, identificando a estos responsables en nuestros diferentes proyectos. En la sierra de Madrid, siempre que el terreno no sea rocoso, las vacas son las protagonistas indiscutibles. Estos animales son insaciables. Los hemos visto morder incluso a los pinchudos rosales silvestres y a los ásperos cantuesos. Comen también las hojas de los robles adultos. Aunque esto último no es un daño grave para el árbol; sí lo es sin embargo cuando el árbol es joven y se comen su yema apical. Esto sucede tanto con los árboles plantados por Reforesta como con los que nacen in situ de semilla.

Por eso instalamos cercados más altos (jaulones) tanto a nuestros árboles como a los robles y encinas espontáneos. Sin ellos es imposible que el arbolado se recupere

Voluntarios colocan jaulones en Meco para proteger los árboles plantados por Reforesta.

Además de las vacas, otro glotón es el corzo. Los censos llevados a cabo por la administración regional en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama demuestran que su población es estable en las zonas altas, pero en las áreas más bajas y en las campiñas su número está creciendo. Para nuestra sorpresa, esta primavera vimos tres en Meco, una zona cerealista próxima a Alcalá de Henares, en plena área metropolitana de Madrid. Sospechamos que en nuestra reforestación del Pinar de La Barranca es el principal responsable de los daños que sufren los plantones, por delante de las vacas, las cuales, por el contrario, son las que más daño provocan en el proyecto que desarrollamos en la ladera opuesta, que es el monte llamado Los Almorchones. También en nuestros proyectos en Manzanares el Real son los bóvidos quienes más muerden nuestras plantas.

En las partes más inaccesibles, allí donde intentan recuperarse especies escasas como el abedul, el tejo, el guillomo, los serbales o el acebo, son las cabras montesas las que están dificultando enormemente este proceso de recuperación. Fueron reintroducidas a principios de los noventa y, debido a la escasez de depredadores, su población se ha multiplicado hasta convertirse en un serio problema ecológico. Por eso una de nuestras actuaciones ha sido vallar decenas de tejos. Tras la desaparición de los rebaños de cabra doméstica, el tejo se estaba recuperando muy bien… hasta que llegaron sus primas silvestres.

Afortunadamente, las vías pecuarias de Meco y de Villamanrique de Tajo son aún recorridas por rebaños de ovejas, dando así sentido a estos caminos por los que lleva desplazándose el ganado desde la Edad Media.

Estos animales favorecen la dispersión de semillas, que llevan adheridas a sus patas y pelo. Sin embargo, devoran encinas, coscojas y, muy especialmente, los jazmines silvestres

En resumen, decenas de abedules, arces, boneteros, encinas, fresnos, jazmines, manzanos silvestres, quejigos y otras especies que venimos plantando desde hace años necesitan urgentemente un cercado a su alrededor.

Ya hemos instalado cientos, pero hemos plantado miles de árboles, y a medida que crecen los van necesitando. Nuestros recursos no son suficientes, por eso, también necesitan vuestra ayuda.

Si quieres ayudarnos, puedes hacer una donación aquí.