En los últimos años ha despegado la implicación de las empresas en la recuperación de los bosques españoles. Quieren organizar su jornada de voluntariado corporativo o vincular sus estrategias de RSC al cuidado del medio ambiente o implicar a sus empleados en la tarea de cuidar la naturaleza y plantar árboles. Empresas que incluso le ponen nombre a su propio bosque o las que nos piden que lo plantemos con nuestras cuadrillas.
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Bienvenido es este noble compromiso por parte de las empresas. Porque gran parte de nuestra superficie forestal necesita mejorar su funcionalidad ecológica y su resiliencia frente al calentamiento global.
Y bienvenido es porque, aunque se expande la vegetación (lo que no quiere decir que se estén expandiendo los bosques, sino, simplemente, que la vegetación se extiende en terrenos que antes se dedicaban a la agricultura o a la ganadería), es preocupante el proceso de desertificación que está viviendo nuestro país. En los últimos sesenta años una superficie equivalente a la de Cataluña se ha transformado en semiárida.
Cuáles son las preferencias de las empresas
En nuestra trayectoria de más de una década apoyando la labor reforestadora de muchas empresas nos hemos encontrado con todo tipo de ideas preconcebidas. Dos preferencias son comunes: la primera, plantar en “sitios bonitos” (la Sierra de Guadarrama, en Madrid, es un ejemplo de ello) y, la segunda, la de elegir la plantación de árboles en detrimento de los arbustos, siendo ambos necesarios para conseguir ecosistemas biodiversos.
También es común encontrar la idea de que todo espacio desarbolado debe ser reforestado y la creencia de que priorizar las especies con más capacidad teórica de fijar o compensar CO2 es la mejor opción para la naturaleza y para enfrentar el cambio climático.
Pero si lo que se pretende es realizar una jornada de voluntariado corporativo en un sitio bonito y plantar especies con mayor tasa de fijación de carbono, si hay una clara preferencia por especies nobles, como la encina, el roble o el haya, y dejar en un segundo plano los arbustos… una cosa está clara: esta reforestación no maximizará el beneficio para la naturaleza. Es más, en ocasiones podría ser incluso contraproducente.
Quizás el problema es el planteamiento de base: ¿cuál es el objetivo de plantar árboles? Por nuestra experiencia, una inmensa mayoría de las empresas consideran que plantar árboles es un objetivo en sí mismo.
Cuando nos piden plantar en un lugar «bonito»
A todos nos gusta una inmersión por los espacios naturales bonitos (aunque a veces carezcan de valor ecológico, por ejemplo, si se trata de una frondosa ladera sin un solo árbol autóctono). Pero esos paisajes bonitos suelen tener un estado de conservación mejor que otros que no nos resultan tan atractivos.
Por eso, a la hora de restaurar los ecosistemas, el verdadero valor de una jornada de voluntariado corporativo está en las zonas menos “bonitas”, porque son las más necesitada de árboles y arbustos autóctonos.
En Madrid es paradigmático el caso de la Sierra de Guadarrama. Nuestros proyectos allí son los preferidos a la hora de llevar a cabo una acción de voluntariado corporativo. Y, si bien se puede trabajar en esta zona para mejorar sus ecosistemas, estos se encuentran en mejor situación que los de otras comarcas del este y sureste de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, donde verdaderamente se necesita la mano de los voluntarios de empresas.
Plantar árboles en lugar de arbustos
Decantarse por plantar árboles frente a arbustos no es, afortunadamente, algo demasiado extendido. Pero todavía estamos lejos de que los arbustos, tan necesarios para los ecosistemas, estén igual de considerados que sus “hermanos mayores”.
Y lo cierto es que, si de verdad queremos ayudar a la naturaleza, es imprescindible que ésta tenga todas sus piezas. Las pequeñas matas leñosas, como el tomillo o el espliego, e importantes herbáceas, como la atocha y el albardín, son una pieza esencial, ya que proporcionan alimento y refugio a la fauna y establecen relaciones con otras especies de flora y de fauna, fortaleciendo así el ecosistema.
Sea lo que sea, pero que sea plantar
No, no todos los entornos naturales necesitan que una cuadrilla de voluntarios plante allí ejemplares de árboles con la esperanza de que, algún día, se transformen en un bosque biodiverso. Por sus características naturales, en ciertos espacios los árboles tienen un papel secundario o incluso nulo. Es el caso de las turberas y de las áreas salinas y yesíferas, que tienen una peculiar vegetación adaptada a sus condiciones un tanto extremas, difícilmente soportables por los árboles.
Y compensar la emisión de CO2
En ocasiones, poner el foco en la compensación de emisiones a la hora de reforestar puede no ser lo adecuado. Para empezar, apenas existen cálculos sobre la capacidad de absorción de CO2 de todo aquello que no sean árboles. Es muy frecuente que los arbustos se omitan en los proyectos.
Pero la realidad es que una reforestación con una buena representación de especies autóctonas, que incluya arbustos e incluso herbáceas, fijará más carbono a medio y largo plazo porque disminuye el riesgo de retorno del carbono a la atmósfera por quema o seca. ¿Por qué? Porque la diversidad de especies aumenta la resistencia a la sequía, a las plagas y a los incendios.
Además, estos ejemplares promueven de una forma más efectiva la regeneración natural. Dan lugar a más vegetación y más sana, y benefician la capacidad de secuestro del carbono por parte del suelo.
No menos importante es que los árboles fijan más carbono cuanto más crecen, y crecen más en la España más húmeda y fresca. Al poner por objetivo la compensación de emisiones se llevan a cabo más proyectos en este tipo de zonas, frente a las regiones cálidas y secas, que son las más expuestas a la desertificación y, por tanto, las que más necesitan una acción de reforestación.
El «para qué» importa
Entonces, al reforestar ¿cuál es el enfoque que más agradece la naturaleza? Pues aquél que más le ayuda a recuperar su salud, que es la nuestra. El planteamiento ideal sería incluir una variedad de especies autóctonas adaptadas a las condiciones del lugar, atreverse con sitios “difíciles”, asumiendo plazos largos y aprovechando los elementos ya existentes que pueden jugar a nuestro favor, como es el relieve y la presencia de rocas y arbustos que protejan a los arbolillos.
A menudo hay que ir de menos a más: empezar plantando pequeñas matas y arbustos, y esperar unos años a que crezcan para plantar a su sombra especies arbóreas, que también podrán aprovechar la materia orgánica acumulada por esas plantas pioneras.
O habrá que huir de los llanos que pueden ofrecer esa bonita foto que exhibe una multitud de plantones y, en su lugar, plantar de forma más discreta en pequeños rodales en los que se potencien las relaciones de cooperación entre especies.
Habrá incluso que construir pequeños elementos que den sombra donde no la haya, como muretes de piedra o cúmulos de madera, y habrá que elegir especies que favorezcan especialmente a la fauna, como las que dan fruto o néctar, así como aquéllas cuyas semillas tengan más facilidad de dispersión.
Y no es un objetivo menor. Recordemos que Naciones Unidas ha declarado el periodo 2021-2030 como Década para la Restauración de los Ecosistemas.
En definitiva, las empresas que se embarcan en una reforestación tienen ante sí la maravillosa oportunidad de ayudar realmente a la naturaleza al tiempo que aprenden muchas cosas sobre el funcionamiento de los ecosistemas e incluso participan con sus propias manos en la reforestación. Démosle el máximo sentido y utilidad a lo que hacemos, especialmente cuando lo hacemos con nuestra sincera preocupación y nuestra mejor intención.